Patricia Godes: Por sorpresa, nos encontramos con un Dylan sereno, sabio y humilde. Lo primero que desconcierta de "Tempest" es lo mucho que ha envejecido la voz del Bardo.
El profeta de la juventud se ha convertido en un abuelo arrugado de voz cascada y gruñona que ya no necesita demostrar nada a nadie.
Tampoco a sí mismo. Hace lo que quiere y disfruta haciéndolo. Y, de un modo u otro, consigue contagiar al oyente.