La música popular siempre ha sido revolucionaria, ha roto esquemas, ha acompañado los cambios generacionales, ha ido en contra de lo establecido, y esto se debe a que ha crecido con la juventud, y seguirá creciendo.

El que no lo crea ha dejado de ver su sentido, aunque es lógico cuando a grupos como Los Rolling Stone se les llama “sus majestades”, y la industria mueve cifras millonarias.

Ahora “la música” cobra ese poderoso sentido en un país como Iran, en una ciudad como Tehran.

A los ojos del Islam ser músico de pop-rock es pecado,y a la vez es un auténtico acto de resistencia contra la persecución que llevan a cabo las autoridades iraníes ante cualquier música no religiosa, desde la llegada al poder en el 2005 de Mahmdid Ahmadineyad.

Los instrumentos modernos están prohibidos, las mujeres no pueden cantar, pero hay un submundo paralelo en Theran donde los músicos, hombres y mujeres, tocan de forma clandestina, en sótanos, escondidos, a pesar de los problemas con los vecinos, las detenciones de la policía y las palizas salvajes.

Son músicos rebeldes, aman la música que hacen, aunque sea considerada “ghana”, impura, porque produce alegría y gozo. Una escena auténticamente underground.

Bahman Gabahdi ha dirigido el maravilloso documental “Nadie sabe nada de Gatos Persas” en el que retrata a estos jóvenes músicos iraníes y todo ese mundo que les rodea.